miércoles, 13 de julio de 2016

Existen dos tipos de mecanismos para resistir la sequía



Estos mecanismos se pueden clasificar en dos tipos importantes: 1) de evitación del estrés, o mecanismos que minimizan la presencia de déficit hídricos lesivos, y 2) de tolerancia al estrés, es decir, adaptaciones fisiológicas que permiten que las plantas continúen funcionando, a pesar de que padezcan déficit hídricos.

a) Evitación de los déficit hídricos en la planta

1. Escape a la sequía

En general, las plantas que poseen este mecanismo no son resistentes a la sequía. Su supervivencia durante los períodos secos sólo requiere la producción, debidamente programada, de semillas u órganos especialmente protegidos de la desecación.

En esta categoría se incluyen las plantas vasculares anuales de vida corta (terófitas), que germinan después de lluvias muy intensas y que rápidamente completan su ciclo de desarrollo, pasan la estación seca en forma de semillas y no sufren lesiones por desecación.

Una adaptación, aunque menos extrema, tiene lugar en muchas plantas de cultivo, en las que los cultivares más resistentes a la sequía son frecuentemente Los que primero florecen y maduran, evitándose así lo peor de la estación seca. Muchas de estas especies anuales adelantan la floración si se las somete prematuramente a un déficit hídrico.

Otro grupo de plantas que poseen mecanismos para es-capar a la sequía son algunas geófitas, que poseen órganos subterráneos repletos de agua (rizomas, tubérculos, bulbos) y que pueden sobrevivir durante períodos de sequía al estar protegidas frente a una pérdida excesiva de agua. Cuando empieza la estación lluviosa brotan inmediatamente, utilizando los hidratos de carbono almacenados, y florecen y fructifican en poco tiempo.

2. Conservación del agua

La forma más corriente de regular el equilibrio hídrico y mantener la turgencia es reducir la pérdida de agua o alma-cenarla. Entre los mecanismos más frecuentes se encuentran los siguientes:

Cierre estomático rápido y completo. Capacidad para cerrar los estomas rápida y completamente antes de que las células se lesionen a causa de la desecación.

Cutícula gruesa y muy impermeable. Posesión de una cutícula gruesa y muy impermeable, recubierta frecuentemente por capas céreas o resinosas. En algunas xerófitas, la resistencia cuticular al vapor de agua (rc) puede llegar a ser de 120 s cm-1; esto quiere decir que una vez cerrados los estomas, la planta pierde muy poca agua.

Pérdida de hojas. Un buen ejemplo es el de la especie Follquiería splendens, que vive en el desierto de Sonora; esta planta produce hojas después de las lluvias, pero las pierde cuando el suministro de agua se ve limitado, quedando los nervios centrales y los pecíolos como espinas. Puede producir varios lotes de hojas al año, y durante Los períodos en que está desprovista de hojas existen células verdes en el tallo que mantienen una tasa fotosintética baja.

Reducción de la transpiración. A partir de la ecuación de la transpiración y suponiendo que los estomas estén abiertos (con lo cual se puede desdeñar la resistencia cuticular), existen dos posibilidades para reducir la transpiración: disminuir el gradiente de concentración o presión de vapor de agua, o aumentar considerablemente la resistencia de la capa límite (ra).

La reducción del gradiente de concentración o presión de vapor se consigue, fundamentalmente, mediante modificaciones que disminuyen el gradiente térmico entre las hojas y el aire. Las hojas pequeñas disipan el calor más fácilmente que las grandes, mediante corrientes de convección. Las hojas dispuestas paralelamente a los rayos solares, al igual que aquellas de color verde claro o brillante, absorben menos radiación.

Otro mecanismo que reduce eficazmente el gradiente de presión de vapor es el desprendimiento de muchas especies mediterráneas. Los aceites aumentan la densidad media del gas en la capa límite, y esto disminuye la tasa a la que se difunde el vapor de agua a través de ella, de la misma manera que si hubiese aumentado la humedad del aire.

Una modificación estructural muy habitual en las xerófitas, que aumenta la resistencia de la capa límite por encima de tos poros estomáticos, es la disposición de los estomas en el fondo de criptas (p. ej., Neríum oleander), lo cual dificulta considerablemente el intercambio de gases y, por tanto, de vapor de agua.

Asimismo, muchas xerófitas poseen estomas confinados a una sola superficie de la hoja, y cuando la turgencia foliar desciende, las hojas se enrollan, encerrando los estomas en una cámara húmeda y protegida.

Almacenamiento de agua. En algunas plantas, el almacenamiento de agua, combinado con una tasa transpiratoria baja, permite la supervivencia sin lluvia durante muchos meses.

El almacenamiento de agua es muy importante en las suculentas desérticas, que pueden sobrevivir durante varios meses, e incluso uno o dos años, sin agua adicional, siendo su característica más manifiesta la presencia en hojas o tallos de tejido almacenador de agua muy vacuolizado. En dichas suculentas, la pérdida de agua mediante transpiración es despreciable, debido a su cutícula gruesa y al cierre estomático durante el día.

Las plantas de este tipo también suelen tener sistemas radicales superficiales y ampliamente extendidos, que absorben el agua cuando la superficie del suelo se moja ocasionalmente con la lluvia.

En algunas especies, el agua se almacena en órganos subterráneos, como en las enormes raíces de Welwitschia y Pachypodium hispinosum del desierto sudafricano. En el caso de Adansonia digitata, el agua se almacena en cantidades considerables en sus enormes troncos (de varios metros de diámetro).

Las plantas CAM, con su ciclo estomático invertido y sus cutículas gruesas, son especialmente eficaces porque en condiciones de estrés limitan la pérdida de agua. A medida que el agua disponible en el suelo se reduce, los estomas permanecen abiertos durante períodos cada vez más cortos, hasta que llega un momento en el que se cierran por completo.

En esta situación, las suculentas sobreviven reciclando el C02 respiratorio, y' sus cutículas gruesas evitan, prácticamente, toda pérdida de agua. Así, por ejemplo, en el caso de una especie de Echinocactus se ha encontrado que, al cabo de seis años sin agua, la pérdida de peso fue de menos de un 30%.

3. Mantenimiento de la absorción de agua

Muchas plantas que sobreviven en hábitat secos dependen del desarrollo de un sistema radical profundo y extenso que puede obtener agua de un volumen muy grande de suelo o de una capa freática profunda. En el caso de algunas especies (Acacia), las raíces pueden penetrar hasta 30 metros antes de ramificarse en un suelo húmedo. Muchas de estas freatófitas carecen de adaptaciones especiales que reduzcan la pérdida de agua en las partes aéreas, pero, por lo general, la raíz que atraviesa el suelo muy seco suele estar cubierta de capas suberosas impermeables que restringen la pérdida de agua.

Algunas bromeliáceas epífitas, especialmente especies de Tillandsia, consiguen agua a partir del rocío o del vapor de agua del aire. Estas especies se desarrollan fundamentalmente en desiertos costeros en los que hay muy poca precipitación, pero sí nieblas y rocíos frecuentes, y en ambas superficies foliares poseen pelos especiales que absorben el agua.

b) Tolerancia a los déficit hídricos en la planta
Son varios los mecanismos que permiten a las plantas mantener la actividad fisiológica a medida que el contenido o el potencial hídrico disminuyen:

1. Mantenimiento de la turgencia

Ajuste osmótico. Cuando et potencial osmótico de tos tejidos disminuye como respuesta al desarrollo de déficit hídricos internos, es importante separar el componente resultante de una concentración pasiva de solutos, debida a la deshidratación del tejido, del originado por una acumulación activa de dichos solutos. Este tipo de osmorregulación se denomina ajuste osmótico, para diferenciarlo del mecanismo similar que se da en presencia de salinidad.

El ajuste osmótico posibilita así el mantenimiento, en condiciones de sequía, de la turgencia y de los procesos dependientes de ella, tales como la expansión y el crecimiento celulares, la abertura estomática, la fotosíntesis, etc. Por otra parte, el ajuste osmótico retrasa el enrollamiento foliar y mantiene el crecimiento de la raíz.

También se ha demostrado que, en condiciones de escasez de agua, el rendimiento es superior en las variedades que se ajustan osmóticamente; Los elevados rendimientos se relacionaron con un mayor desarrollo de la raíz y una mejor extracción del agua. Ordinariamente, el ajuste osmótico se presenta en aquellas plantas sometidas a un estrés lento. 

Los solutos que participan en tal ajuste varían, pero, en general, además de iones inorgánicos (especialmente K+ y Cl-) y solutos orgánicos cargados eléctricamente que se acumulan en la vacuola, en el citoplasma se sintetizan y acumulan moléculas orgánicas sin carga específica, que no parece que afecten a las funciones de las proteínas.

Estas moléculas reciben el nombre de solutos compatibles (también denominados citosolutos u osmolitos); entre las angiospermas, los más frecuentes son amino (o, estrictamente hablando, imino) ácido prolina y compuestos de amonio cuaternario como la betaína. Así, por ejemplo, en Hordeum vulgare, la prolina se acumula en el citoplasma en proporción al grado de sequía del suelo y, en condiciones de sequía extrema, puede aparecer incluso en las vacuolas. Se ha observado que en condiciones de sequía también se acumulan otras sustancias, como azúcares reductores, sacarosa y pinitol.

Módulo de elasticidad elevado. El desarrollo adicional de tejidos estructurales en muchas plantas xeromórficas origina células inextensibles con un módulo de elasticidad (e) elevado. Esta característica permite a las células tolerar altas concentraciones osmóticas, con la consiguiente capacidad para mantener la turgencia hasta valores de  muy bajos.

2. Tolerancia a la desecación

La tolerancia a la desecación consiste en la capacidad del protoplasma para soportar una gran pérdida de agua; es una característica adaptativa y propia de cada especie. Los déficits hídricos provocan una pérdida progresiva de la turgencia protoplasmática y un aumento en la concentración de solutos.

El resultado final de estos dos efectos es la alteración en la función celular y la aparición de lesiones en las estructuras protoplasmáticas (en especial, en las membranas). Las plantas varían extraordinariamente en cuanto al grado de deshidratación que pueden tolerar.

En el caso de las plantas poiquilohídricas (algas, liqúenes, musgos, algunos helechos, semillas y ciertas plantas superiores, estas últimas sólo durante su etapa vegetativa), el protoplasma puede soportar una deshidratación casi completa, deshidratándose y rehidratándose de forma simultánea sin sufrir lesión.

La mayor parte de las regiones áridas presenta gran abundancia de líquenes, que en algunos casos son las únicas plantas capaces de sobrevivir en áreas en las que aunque nunca llueve, puede existir una humedad atmosférica elevada y abundante rocío, capaces de activar su metabolismo.

Existe un número reducido de plantas vasculares en las que los tejidos vegetativos muestran una capacidad notable para tolerar la desecación. Estas plantas que «resucitan» no poseen mecanismos especiales que impidan la pérdida de agua o aumenten su absorción; su principal adaptación a la sequía consiste en la tolerancia a la desecación, y poseen una bioquímica celular especializada que lo permite.

En algunas especies, las enzimas, las membranas celulares y los pigmentos fotosintéticos se mantienen indemnes en el estado desecado. En otras, se pierden algunos pigmentos y enzimas, e incluso las membranas pueden desorganizarse, pero son rápidamente reparadas o resintetizadas tras la hidratación.

Hay que decir, no obstante, que la mayoría de las plantas terrestres son homeohídricas. Si bien durante alguna etapa de su ciclo vital (semillas, rizomas o tallos sin hojas) pueden soportar potenciales hídricos muy bajos, durante la mayor parte del desarrollo su protoplasma no puede tolerar potenciales hídricos bajos sin sufrir lesiones.

Las semillas de las plantas homeohídricas, al final de su desarrollo, se desecan hasta llegar a un contenido hídrico de un 10% o menos. Hace años se descubrió que la desecación va acompañada de un aumento en el nivel de ABA, el mismo regulador que se acumula en las hojas cuando la turgencia disminuye; esto provoca cambios esenciales para una desecación “segura”, es decir, reversible.

El cambio más importante parece ser la activación de un gen responsable de la síntesis de una “proteína de deshidratación” específica, cuya principal característica es que no tiene regiones hidrófobas.

Los mutantes del maíz que no sintetizan esta proteína poseen semillas que no desecan, sino que germinan en la mazorca, un fenómeno denominado “viviparismo” que se presenta naturalmente en muchas plantas alpinas y de la tundra. Se sabe que esta proteína se sintetiza también en las raíces y Las hojas de plántulas sometidas a una deshidratación lenta.

Como ya se ha mencionado en este apartado, existen algunos solutos especialmente eficaces a la hora de proteger de la desecación a las proteínas citoplasmáticas y las membranas celulares. Los déficit hídricos, al igual que otros factores de estrés ambientales, tienden a desviar el potencial redox celular a un estado más oxidado, y a aumentar las concentraciones de radicales libres, cambios, ambos, lesivos.

No obstante, las plantas poseen una serie de mecanismos antioxidantes que las protegen contra la producción de radicales de oxígeno, tales como: a) reductores solubles en agua, como los compuestos que contienen tiol (p. ej., glutatión) y el ascorbato; b) vitaminas solubles en grasas, por ejemplo a-tocoferol y (u-caroteno, y c) antioxidantes enzimáticos, como la catalasa y la supe- róxido-dismutasa.

Aunque hay datos que sugieren que las variaciones en la tolerancia a la sequía pueden radicar en una expresión diferencial de estas enzimas, es necesario esperar los resultados de nuevas investigaciones antes de formular unas conclusiones claras.

La eficiencia en el uso del agua y la resistencia a la sequía no suelen estar relacionadas

Cuando el suministro de agua es limitado, es importante considerar la eficiencia en el uso del agua (WUE water use efficiency), en términos de materia seca producida por unidad de agua utilizada en la evapotranspiración. Frecuentemente, WUE y resistencia a la sequía se utilizan como sinónimos, aunque en la mayor parte de los casos no tienen relación entre sí.

La WUE es un parámetro de producción, y un objetivo importante de la investigación en esta área consiste en alcanzar una elevada WUE manteniendo, al mismo tiempo, una elevada productividad. En cambio, la resistencia a la sequía se centra, como hemos visto anteriormente, en la supervivencia durante un período de escasez en el suministro de agua. De hecho, la capacidad para sobrevivir a intensos déficit hídricos suele estar inversamente relacionada con la productividad.

En la actualidad hay gran interés en la posibilidad de aumentar la resistencia a la sequía y la eficiencia en el uso del agua mediante la mejora vegetal y un manejo más adecuado de los cultivos. Un objetivo deseable, aunque difícil de alcanzar, sería poder combinar ciertas características de modo que la tolerancia a la deshidratación y la eficiencia en el uso del agua aumentasen, sin menoscabo del rendimiento.

Las halófitas toleran la salinidad porque mediante osmorregulación alcanzan potenciales hídricos muy bajos

En la mayoría de los suelos, el potencial osmótico no es lo suficientemente bajo como para inhibir la absorción de agua por las raíces, desencadenando un déficit hídrico importante en la planta. No obstante, existen situaciones en las que la concentración de sales en el suelo llega a ser tan elevada que impide o disminuye

La absorción de agua, provocando la denominada sequía osmótica. Este efecto de los solutos disueltos es similar al de un déficit hídrico edáfico. Algunas plantas que se desarrollan en suelos salinos se pueden ajustar osmóticamente y, de esa manera, evitan la pérdida de turgencia.

No obstante, a esta sequía osmótica hay que añadir el efecto de iones específicos; cuando se acumulan en las células concentraciones lesivas de Na+, Cl- o S042-. En condiciones no salinas, el citosol contiene 100-200mM de K+ y 1mM de Na+, un ambiente iónico en el cual pueden funcionar óptimamente muchas enzimas. Una relación anormalmente elevada de Na+ a K+ y altas concentraciones de sales totales inactivan las enzimas e inhiben la síntesis de proteínas.

La fotosíntesis es inhibida cuando concentraciones elevadas de Na+ y Cl- se acumulan en los cloroplastos. Puesto que el transporte electrónico fotosintético parece ser poco sensible a las sales, es posible que el metabolismo del carbono o la fotofosforilación se vean más afectados. Enzimas extraídas de especies tolerantes a la salinidad (halófitas) son tan sensibles a la presencia del NaCl como las enzimas de especies sensibles (glicófitas). Por tanto, la resistencia de las halófitas a las sales no es consecuencia de un metabolismo resistente a la salinidad.

Las plantas evitan la lesión por sales mediante la exclusión de iones en las hojas o mediante su compartimentación en las vacuolas. En el caso de las plantas sensibles, La resistencia a niveles moderados de salinidad en el suelo depende de la capacidad de las raíces para impedir la absorción de iones potencialmente dañinos.

Los iones Na+ pueden entrar en las raíces pasivamente (siguiendo un gradiente decreciente de potencial electroquímico) y, por tanto, Las células de las raíces han de utilizar energía para un transporte activo que devuelva el Na+ a la solución externa. Por el contrario, la membrana plasmática de la raíz es muy poco permeable al Cl-. Algunas halófitas pertenecientes a los géneros Tamarix y Atrípíex no excluyen los iones a través de la raíz, sino que poseen glándulas salinas en las superficies de Las hojas. Los iones son transportados a estas glándulas, en las que las sales cristalizan y dejan de ser lesivas.

Cuando las sales son excluidas de Las hojas, las plantas utilizan sustancias orgánicas para disminuir el potencial osmótico del citoplasma y la vacuola, y conseguir así que el potencial hídrico foliar disminuya.

Entre estos componentes orgánicos que no interfieren en el metabolismo celular en concentraciones elevadas se encuentran la glicina betaína, la prolina, el sorbitol, la sacarosa, etc. La cantidad de carbono utilizada para la síntesis de estos solutos orgánicos puede ser elevada. En la vegetación natural esta desviación del carbono no afecta a la supervivencia, pero en los cultivos puede reducir la producción.

Muchas halófitas absorben iones y los acumulan en las hojas; no obstante, estos iones son secuestrados en las vacuolas de las células foliares, con lo que contribuyen al potencial osmótico celular sin lesionar las enzimas cloroplásticas y citosólicas sensibles a la salinidad.

En estas hojas el equilibrio hídrico entre el citoplasma y la vacuola se mantiene, acumulándose en el citoplasma compuestos orgánicos como la prolina o la sacarosa. Dado que el volumen del citoplasma en una célula adulta vacuolada es pequeño, en comparación con el volumen de la vacuola, la cantidad de carbono necesaria para la síntesis de los compuestos orgánicos es mucho menor en estas plantas que en las que excluyen sales.

La exposición a NaCl o ABA induce la síntesis de proteínas. Especialmente importante parece ser una proteína de bajo peso molecular denominada osmotina, asociada a un aumento en la tolerancia al NaCl. En cultivo de tejidos ha sido posible aclimatar células de plantas de naranjo y tabaco para tolerar concentraciones elevadas de sales.

Durante esta aclimatación se han detectado, mediante electroforesis en gel, varias proteínas sintetizadas de novo. Si se tratan las células con concentraciones bajas de ABA, antes de exponerlas a concentraciones elevadas de sales, su capacidad de aclimatación aumenta extraordinariamente. Además, el ABA estimula la síntesis de una o más proteínas que, aparentemente, son las mismas que se inducen durante la aclimatación al NaCl. De esta manera, parece posible que el ABA pueda desempeñar algún papel en la aclimatación.

En las plantas intactas, las elevadas concentraciones de sales aumentan los niveles de ABA en las hojas. Esta respuesta a la salinidad es similar al aumento en la producción de ABA por las raíces y su transporte a la parte aérea, ya descrito anteriormente en relación con el déficit hídrico edáfico.

Las plantas expuestas a temperaturas muy bajas experimentan sequía por congelación

Es frecuente observar que, después de un período de exposición a temperaturas muy bajas, las hojas pertenecientes a especies vivaces de alta montaña se marchitan irremisiblemente.

Esto ocurre porque experimentan sequía por congelación, situación que se presenta cuando el suelo congelado, o xilema congelado y bloqueado, impide que el agua alcance las hojas. Incluso con los estomas cerrados, las hojas pueden perder suficiente cantidad de agua a través de la cutícula como para disminuir su turgencia.

Por tanto, en las regiones frías, las especies vivaces suelen poseer características xerofíticas, como cutículas gruesas, y la posibilidad de un cierre estomático completo, combinadas con la capacidad para tolerar la desecación parcial.

Por otra parte, el paso del agua desde las células vivas hacia los espacios intercelulares, una especie de deshidratación controlada, suele ser esencial para sobrevivir a la congelación, al impedir la formación de cristales de hielo en el interior de las células.

En los espacios intercelulares se pueden formar grandes cristales de hielo, retornando el agua a las células cuando aquéllos se funden. De esta manera, la capacidad para tolerar la congelación va acompañada de cambios en la bioquímica celular que se desarrollan lentamente durante el otoño, en un proceso que se describe como aclimatación al frío.

Al igual que en los casos de tolerancia a la salinidad y a la sequía, es importante destacar el papel que desempeñan los solutos compatibles que aparecen en muchas plantas durante la aclimatación al frío y que, en este caso, reciben el nombre de crioprotectores.

La aclimatación al frío puede ser inhibida por factores tales como la elevada fertilización nitrogenada o la poda, que estimulan el crecimiento de la planta. Las plantas varían en su grado de aclimatación, y no todas pueden alcanzar la resistencia a la congelación.

Ello es de importancia considerable en la agricultura. Así, por ejemplo, los cereales de invierno, que producen hasta un 40% más que las variedades de primavera, no se pueden sembrar en muchas regiones más frías debido a su limitada tolerancia al frío. Si se pudiese aumentar su tolerancia, el impacto en la producción mundial de alimentos sería enorme.

En condiciones naturales, las plantas se encuentran sometidas a factores de estrés múltiples

La mayor parte de la investigación sobre el efecto de los factores ambientales en las plantas se ha centrado, hasta ahora, en las respuestas y las adaptaciones a factores aislados del ambiente, pero, en condiciones naturales, las plantas se encuentran sometidas a múltiples tipos de factores de estrés.

Hay que tener en cuenta que los efectos de los factores ambientales en interacción no suelen ser aditivos. Así, por ejemplo, en la especie mediterránea Neríum oleander, la lesión por luz intensa o fotoinhibición aumenta extraordinariamente cuando va unida a déficit hídricos.

Pese a que la característica más importante de una región árida es que la precipitación es escasa o nula y la humedad atmosférica es muy baja, hay otros factores para los cuales también se requiere la adaptación, por ejemplo, las elevadas temperaturas, las altas intensidades luminosas, la reducida disponibilidad de nutrientes, etcétera.

Por otra parte, condiciones ambientales como La sequía, la salinidad, la inundación, las altas temperaturas, la alta demanda de evaporación en la atmósfera y el frío, pueden asonarse o conducir a una pérdida de turgencia en el tejido vegetal. Así pues, parece probable que las respuestas a estos factores de estrés ambientales puedan ser generales y comunes a las observadas en el caso de estrés hídrico. 

De hecho, las investigaciones sobre proteínas de choque (shock proteins) revelan la existencia de proteínas comunes, independientemente de la especie vegetal o del tipo de factor de estrés.

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